Aunque este artículo va sobre Nietzsche y Buda, permítanme que empiece citando, como no podía ser de otra manera, a Descartes, el cual decía que se puede y se debe dudar de todo, pues para llegar a construir una filosofía válida hay que deshacerse de cualquier prejuicio que tengamos. Por lo tanto, y si hay que dudar de todo, de lo primero que hay que dudar es del mundo que nos rodea y hasta de nuestra propia existencia.
¿Pero cómo construir una filosofía a partir de tal punto en el que no está claro ni que existamos? Descartes lo solucionó con una idea magistral: se puede dudar de todo, del mundo que nos rodea y de la idea que tenemos de nosotros mismos, pero de lo único que no se puede dudar es de la propia duda, de que pensamos, y por lo tanto, existimos cómo mínimo en cuanto sujeto pensante. De ahí su tan famosa aseveración: <<Pienso, luego existo>>.

Pero en seguida advertí que mientras de este modo quería pensar que todo era falso, era necesario que yo, quien lo pensaba, fuese algo. Y notando que esta verdad: «yo pienso, por lo tanto soy» era tan firme y cierta, que no podían quebrantarla ni las más extravagantes suposiciones de los escépticos, juzgué que podía admitirla, sin escrúpulo, como el primer principio de la filosofía que estaba buscando.

– El discurso del método, Descartes

¿Quién iba a poder rebatir tremenda aseveración? Aunque otros puntos de su discurso no lograban convencerme, ¿cómo dudar de que existo, cómo mínimo, en cuanto sujeto pensante? Es imposible, simplemente imposible. Es perfecto: pienso, luego existo.
Años más tarde topé con Nietzsche, que en apenas dos párrafos derrumbó el «pienso, luego existo» de tal manera que ya nunca más podría ser reconstruido. Cito:

Aunque el pueblo crea que conocer es un conocer-hasta-el-final, el filósofo tiene que decirse: «cuando yo analizo el proceso expresado en la proposición `yo pienso’ obtengo una serie de aseveraciones temerarias cuya fundamentación resulta difícil, y tal vez imposible, – por ejemplo, que yo soy quien piensa, que tiene que existir en absoluto algo que piensa, que pensar es una actividad y el efecto causado por un ser que es pensado como causa, que existe un ‘yo’ y, finalmente, que está establecido qué es lo que hay que designar con la palabra pensar, – que yo sé qué es pensar. Pues si yo no hubiera tomado ya dentro de mí una decisión sobre esto, ¿de acuerdo con qué apreciaría yo que lo que acaba de ocurrir no es tal vez `querer’ o `sentir’? En suma, ese `yo pienso’ presupone que yo compare mi estado actual con otros estados que ya conozco en mí, para de ese modo establecer lo que tal estado es: en razón de ese recurso a un `saber’ diferente tal estado no tiene para mí en todo caso una `certeza’ inmediata.» – En lugar de aquella «certeza inmediata» en la que, dado el caso, puede creer el pueblo, el filósofo encuentra así entre sus manos una serie de cuestiones de metafísica, auténticas cuestiones de conciencia del intelecto, que dicen así: «¿De dónde saco yo el concepto pensar? ¿Por qué creo en la causa y en el efecto? ¿Qué me da a mí derecho a hablar de un yo, e incluso de un yo como causa, y, en fin, incluso de un yo causa de pensamientos?»

Y prosigue unos renglones después:

En lo que respecta a la superstición de los lógicos: yo no me cansaré de subrayar una y otra vez un hecho pequeño y exiguo, que esos supersticiosos confiesan de mala gana, – a saber: que un pensamiento viene cuando «él» quiere, y no cuando «yo» quiero; de modo que es un falseamiento de los hechos decir: el sujeto «yo» es la condición del predicado «pienso». Ello piensa: pero que ese «ello» sea precisamente aquel antiguo y famoso «yo», eso es, hablando de modo suave, nada más que una hipótesis, una aseveración, y, sobre todo, no es una «certeza inmediata». En definitiva, decir «ello piensa» es ya decir demasiado: ya ese «ello» contiene una interpretación del proceso y no forma parte de él. Se razona aquí según el hábito gramatical que dice «pensar es una actividad, de toda actividad forma parte alguien que actúe, en consecuencia -». Más o menos de acuerdo con idéntico esquema buscaba el viejo atomismo, además de la «fuerza» que actúa, aquel pedacito de materia en que la fuerza reside, desde la que actúa, el átomo; cabezas más rigurosas acabaron aprendiendo a pasarse sin ese «residuo terrestre», y acaso algún día se habituará la gente, también los lógicos, a pasarse sin aquel pequeño «ello» (a que ha quedado reducido, al volatilizarse, el honesto y viejo yo).

– Más allá del bien y del mal, F. Nietzsche

¿Después de destruir el «yo», qué propone Nietzsche en cambio? El «yo» para Nietzsche no es más que «una estructura social de muchas almas«. Es decir, esa unidad imaginaria que definimos como nuestro «yo», es en realidad un cuerpo en el que se esconde una multitud de instintos y voluntades diferentes, una pluralidad de personalidades en constante tensión, y a esa colectividad encerrada en dicho cuerpo es a la que designamos como «yo».
Al poco tiempo de adoptar esta nueva forma de ver el «yo», comencé mi periplo por el budismo y me topé con el concepto de anatta, que es una palabra de la lengua pali que significa ausencia de alma, de ego o de un «yo» perdurable e independiente. Es, junto a la transitoriedad (Anicca) y al sufrimiento (Dukkha), una de las tres características de la realidad según el budismo. Es decir, según este concepto de anatta, no existe nada ni en el conjunto de nuestro cuerpo-conciencia ni en ninguna de sus partes que pueda ser definido permanente e indivisiblemente como nuestro «yo», no hay ninguna esencia ni alma, ningún espíritu que trascienda nuestro cuerpo.
En el budismo, todo tiene un origen interdependiente, incluido el «yo». De nuestro cuerpo, de sus órganos perceptivos y de lo que perciben, surge la conciencia, y de esta conciencia surge el «yo». Pero dicho «yo» no es un sujeto real que piensa, sino un mero fenómeno surgido en interdependencia con nuestras percepciones.
Aunque pudiera parecer que la postura budista guarda similitudes con lo propuesto por Descartes, pues el «yo» surge del pensamiento, de la conciencia, eso sería caer en algunos de los errores que Nietzsche señala. La mejor manera de ver esto es comparando metódicamente lo expuesto por Nietzsche con el budismo, dividiéndolo en los puntos en los que coinciden, aunque no lo hagan de manera absoluta, con los que no:
Puntos similares entre Nietzsche y Buda:

  1. El error de suponer que soy yo quien piensa: Pensar es la causa y el efecto es el «yo», aunque este, una vez creado, también tiene capacidad para pensar.
  2. El error de suponer que tiene que existir algo que piensa: No hay ningún «algo» que piense, sino que los pensamientos surgen de manera interdependiente con la conciencia y las percepciones.
  3. El error de suponer que pensar es el efecto de un yo que es a la vez causa y efecto: ver punto uno.
  4. El error de suponer que existe un «yo»: El «yo» es un fenómeno que surge en interdependencia de otros fenómenos, y como cualquier fenómeno, carece de esencia o identidad propia, permanente e indivisible. No hay separación real entre el «yo» y lo que es «no-yo», sino sólo imaginaria.
  5. El error de suponer que sé qué es pensar: experimento un conjunto de sensaciones surgidos de mis percepciones, y de estas salen ideas. Pero verdaderamente no sé la diferencia entre el pensar, el sentir y el percibir. Creo que se lo que es pensar porque comparo ese estado mental definido como «pensar» con otros estados surgidos en mí, pero dicha comparación es sólo una idea más de las que surgen en mí, y puede que no tenga base real.
  6. El error de suponer que los pensamientos vienen cuando yo quiero: al no ser el «yo» la causa, automáticamente hemos de aceptar que los pensamientos vienen cuando ellos quieren.
  7. Estructura social de muchas almas: Ese «yo» es un conjunto (y un producto) de percepciones, sensaciones e ideas, un conjunto de conciencias en constante tensión.

Punto discordante entre Nietzsche y Buda:

  1. El error de creer en la causa y efecto: aunque respecto a la no causa-efecto del «yo» coinciden Buda y Nietzsche, en general, la creencia en la causa y efecto es un aspecto clave en el budismo, y sin tal relación de causa y efecto la mayoría de axiomas en los que el budismo se basa se derrumbarían.

En otras palabras, no soy un sujeto que piensa, sino un mero flujo de pensamientos que surgen y desaparecen a su antojo, creando a su paso la ilusión del sujeto. Aunque respecto a esto hay un matiz: aunque los pensamientos vienen cuando ellos quieren tal y como Nietzsche señala, una vez tomamos conciencia de ese «yo» irreal y del flujo de pensamientos que lo crea, podemos llegar a controlar tal flujo, lo cual puede parecer contradictorio, pues ¿quién es el que toma conciencia de ese «yo», quién es el que controla tal «flujo»?  La respuesta es ese mismo «yo». Deshacernos de la ilusión del «yo» no significa que ese «yo» deje de existir, que nuestra conciencia deje de existir, sino que el mismo «yo», la misma conciencia, es consciente de su impermanencia y de su naturaleza ireal y se observa a sí mismo en tercera persona, autocontrolándose.
Se que el tema puede resultar un tanto complicado de comprender, sobre todo si se explica de manera tan breve como yo lo he hecho aquí y con mi dudosa capacidad de exposición, por lo que intento resumir las conclusiones esquemáticamente de la siguiente forma:

  • Descartes: 
    • La existencia, el «yo», se demuestra a través del propio pensamiento. Mi pensamiento existe, y lo ha debido de crear un «yo» que piense, luego yo existo.
  • Nietzche: 
    • El «yo» no se puede demostrar a través del pensamiento, porque no se a ciencia cierta si hay relación causa efecto entre yo y pensamiento ni el orden de dicha relación si la hay, ni siquiera sé exactamente qué es pensar ni si dicho pensar es una acción que deba tener un sujeto que la realice.
    • La unidad que designamos como «yo» es un cuerpo que encierra un conjunto de percepciones, sensaciones e ideas en constante tensión.
  • Buda:
    • Del cuerpo y de lo percibido surge la percepción, de la percepción surge la conciencia, y de la conciencia surge el «yo». Cuerpo, percepción, fenómenos percibidos, conciencia y «yo» son fenómenos interdependientes. Hay un «yo» con capacidad de pensar, pero este «yo» es creado a partir del propio pensamiento.
    • Ese «yo» es un conjunto (y un producto) de percepciones, sensaciones e ideas, un conjunto de conciencias en constante tensión. En ninguna parte de ese conjunto, ni en el conjunto en sí, hay nada que pueda ser designado permanente e indivisiblemente como «yo».

Me despido citando a Hermann Hesse en El lobo estepario:

Y es que, claro, el pecho, el cuerpo no es nunca más que uno; pero las almas que viven dentro no son dos, ni cinco, sino innumerables; el hombre es una cebolla de cien telas, un tejido compuesto de muchos hilos. Esto lo reconocieron y lo supieron con exactitud los antiguos asiarcas, y en el budismo se inventó una técnica precisa para desenmascarar el mito de la personalidad. Pintoresco y complejo es el juego de la vida: este mito, por desenmascarar el cual se afanó tanto la India durante mil años, es el mismo por cuyo sostenimiento y vigorización ha trabajado el mundo occidental también con tanto ahínco.

@ElBudaCurioso
Referencias:

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