En el budismo, y a diferencia de la propia definición del termino, la compasión no es el sentimiento de conmiseración y lástima que se siente hacia aquellos que sufren penalidades, sino más bien aquel sentimiento de empatía y ecuanimidad basado en la razón hacia todos los seres vivientes.

Educado, como cualquier otra persona, con un fuerte sentimiento del «yo«, de «lo mío«, y acostumbrado a distinguirlo todo entre «aquellos que me benefician» y «aquellos que me hacen mal«, me costó mucho entender eso de la compasión cuando empecé a estudiar sobre el budismo. Es más, a mí, que nunca he sido especialmente empático, todo ese tema de la compasión en sí me parecía una tontería, algo inane además de, como Nietzsche diría, ser cosa para espíritus débiles.


De hecho, sólo entendí la sabiduría que este concepto escondía de rebote, tras reflexionar profundamente sobre otros conceptos como la vacuidad y el origen dependiente y, a través de estos, deshacerme del «yo«, por muy místico que pueda sonar a algunos.

El por qué de la compasión se puede explicar desde varias perspectivas, aunque al final son modos distintos de enfocar la misma realidad. Hesse dijo que <<la sabiduría no es comunicable. La sabiduría que un sabio intenta comunicar suena siempre a locura>>, y probablemente algunas de las cosas que aquí explique te suenen precisamente a eso si eres principiante, a locura, tal y como me sonaban a mí en mis inicios. La única forma de comprender realmente algo es mediante la propia experiencia, por tanto mi objetivo aquí es simplemente aclarar un poco la teoría desde la que se debe partir. 

Intentaré explicar tres de estas perspectivas «oficiales» de un modo pragmático: la ecuanimidad, el surgir dependiente y el ciclo de renacimientos. Por último, explico una teoría aun más pragmática que puede sonar un poco rara: ser compasivo por puro egoísmo.

Lo cierto es que no importa cuál de estos métodos elijas, el destino al que acabarás llegando será el mismo: desarrollar tu capacidad compasiva.

– Ecuanimidad:

La ecuanimidad, en este contexto, se podría definir como aquel estado mental por el cual consideramos imparcialmente a todos los seres sintientes, siendo todos igualmente merecedores de compasión. Este estado mental se cultiva mediante la empatía, y para ello basta con reflexionar sobre lo siguiente:

Al igual que tú, todos lo seres pretenden ser felices y evitar el sufrimiento. No hay nadie que quiera sufrir de manera voluntaria, nadie que no quiera ser feliz. Aunque a veces, a causa de la ignorancia y la poca atención con la que concebimos la realidad, no sabemos muy bien cómo alcanzar la felicidad y evitar el sufrimiento, y nos centramos en aquello que no sólo no nos asegura dicha meta, sino que nos aleja de ella. Pretendemos ser felices, pero no sabemos cómo, y en el camino a veces hacemos cosas que no gustan a los demás.

Si reflexionamos sobre esto con la suficiente atención, ¿cómo no íbamos a ser compasivos? Todas las personas, da igual si «buenas» o «malas«, no son más que seres que no han reconocido su propia naturaleza y se encuentran perdidos en este mundo a veces tan confuso y sinsentido, en busca de lo mismo pero sin saber muy bien qué es ni cómo conseguirlo.

– El surgir dependiente:

Para no repetirme entrando en detalles, te sugiero que leas los post sobre la vacuidad y el origen dependiente, conceptos estrechamente ligados. Según dichos conceptos, nada existe por sí mismo, todo existe según la mente que lo designa y se origina a partir de otro algo por unas causas y condiciones determinadas. Todo lo existente está, por tanto, tan relacionado entre sí que desde un punto de vista teórico se podría afirmar que todo es la misma cosa.

Si llevamos esta idea hasta sus últimas consecuencias, obtenemos que no hay separación real entre nuestro yo y el resto de seres. Nuestro «yo» es un concepto ficticio creado en nuestra mente, para designar nuestro cuerpo y conciencia, separándolo así del resto del mundo. Un concepto creado por nuestra ignorancia, útil desde el punto de vista de la supervivencia, pero irreal.

Y si no hay separación real entre mi persona y el resto de seres, ¿cómo no sentir compasión por «ellos»? ¿No son acaso «ellos» «yo»? ¿No soy «yo» «ellos»? ¿Como puede mi «yo» ser feliz si «ellos» no lo son? Sería algo así como compararte tú y al resto del mundo con tú y tus hermanos. ¿No provenís ambos del mismo útero? ¿No tenéis la misma madre y el mismo padre? ¿No tenéis la «misma sangre»? ¿No os habéis criado en la misma casa? ¿Cómo vas a ser feliz si tus hermanos sufren?

– Renacimiento:

Según la teoría del renacimiento, la vida es un ciclo de existencias sin comienzo ni fin. Nacemos, morimos y volvemos a renacer con otro cuerpo y otra conciencia. Todo esto durante un número infinito de veces. No solo nosotros, todas las personas a las que conocemos han renacido y renacerán con otros cuerpos y conciencias también un número infinito de veces.

Si llevamos este pensamiento hasta sus últimas consecuencias, obtenemos que todas aquellas personas por las que en nuestra vida actual sentimos afecto (nuestra madre, padre, hermanos, pareja, etc..) han sido tu peor enemigo otras vidas, y tus peores enemigos actuales son los renacimientos de personas por las que en otras vidas has sentido afecto. Por resumirlo de alguna manera, cualquier ser ha sido y será, durante un número infinito de veces, tu madre, tu padre, etc..  ¿Cómo no sentir compasión con los que otras veces ha sido y serán nuestros seres más queridos?

– Pragmatismo

Si nos cuesta deshacernos del «yo», no creemos en el renacimiento ni el karma ni «esos rollos», y además no somos por naturaleza muy compasivos, aun tenemos un modo de convencernos de las ventajas de la compasión: nuestra propia felicidad. ¿Y cómo es esto? Te lo muestro con un pequeño ejemplo:

Piensa en alguien que odies o por el que sientas un profundo sentimiento de rechazo. Hazlo durante un rato, recuerda las causas de dicho odio o rechazo, recuerda lo que hizo o dejó de hacer, imagínatelo en una situación muy ventajosa y de mucha felicidad para él… en fin, recréate durante un momento en ese sentimiento. ¿Qué sientes? Malestar. ¿Qué siente él? Nada, ni siquiera sabe que estás pensando en él. ¿Para quién es malo por tanto ese odio? Para ti. ¿Para quién es ventajoso? Para nadie.

Aunque el ejemplo puede parecer trivial, lo cierto es que tanto la aversión como el afecto son sentimientos producidos en y por nuestra mente y que, por tanto, padecemos nosotros mismos. Cuando sentimos afecto por alguna persona, ese propio sentimiento de afecto nos proporciona a nosotros mismos un cierto bienestar. Por el contrario, cuando pensamos en alguna persona a la que odiamos, ese propio sentimiento de odio nos produce un sentimiento de malestar en nosotros mismos. No sólo con los sentimientos hacia una persona, sino con sus acciones y su efecto en nosotros.

¿Por qué entonces actuar de una manera tan irresponsable con nuestro propio bienestar, albergando sentimientos nocivos hacia otras personas por algo que hayan hecho o dejado de hacer, cuando dichos sentimientos son nocivos para nosotros? Si se piensa con la adecuada atención, es un absurdo grandísimo. Alguien nos hace daño, por lo que a partir de ahora sentimos algo contra él que también nos hacen daño. Primero nos hace daño él, y luego nosotros mismos.

Si esto funciona con los sentimientos negativos de esta forma, de la misma manera pasa con los sentimientos positivos. Si enseñamos a nuestra mente a relacionarse con el mundo con la suficiente compasión, seremos simplemente más felices, pues primero, las faltas de los demás nos afectarán de la misma manera; segundo, nuestros sentimientos hacia tales personas nos producirán bienestar independientemente de las condiciones, o al menos, ningún malestar.

Termino el post con una frase leída en un libro de Yongey Mingyur Rimpoche, la alegría de vivir, que decía así:

<<Los que tienen gran compasión poseen todas las enseñanzas del Buda>>