Son tres los requisitos fundamentales para meditar: voluntad, relajación y concentración. La voluntad ya la tienes, pues estás leyendo esto. En cuanto a la relajación y la concentración, se consiguen practicando.


La concentración se define, según la RAE, como la atención o reflexión profunda. En la meditación analítica sólo buscamos practicar la atención profunda, sin caer en la reflexión sobre lo meditado. Es decir, en la meditación no analítica se trata simplemente de relajar nuestra actividad mental hasta el punto necesario para poder dirigir toda nuestra atención hasta algún objeto o fenómeno dado, como pueden ser una figurita de Buda o simplemente nuestra respiración.

Vayamos al grano con un ejemplo de la que, para mí, es la meditación más sencilla del mundo: la atención a la mente.

Si estás leyendo esto, estás probablemente sentado delante de tu PC, tablet, móvil o microondas con internet. En todo caso, estás sentado. Si no lo estás, búscate una silla y siéntate. Una vez sentado, busca una postura cómoda, en la que no estés tan cómodo para dormirte pero en la que estés los suficientemente cómodo como para que tu cuerpo no suponga un estorbo para tu concentración. Importante es que tengas la espalda recta (cómodamente recta, tampoco hace falta exagerar) y que la postura no te cause dificultades para respirar. Si es posible reducir el ruido externo, hazlo.

Apaga la tele, pon el móvil en silencio, cierra la ventana, etc.. Si no, tampoco pasa nada. Respecto a los ojos, al gusto del consumidor. Lo ideal es dejarlos entreabiertos, pero al principio puede resultar mucho más fácil si los mantenemos cerrados.

Una vez cómodamente sentado, con la espalda recta y respirando de manera totalmente normal, relájate. ¿Cómo? Observando tu propia mente. Como he dicho unos párrafos atrás, meditar no es no pensar, si no todo lo contrario. Ni somos Zombis ni pretendemos serlo, y como la actividad natural de nuestra mente es producir pensamientos, vamos a dejar que naturalmente haga su tarea. Nosotros simplemente vamos a observar cómo lo hace.

Y, paradójicamente, eso lo vamos a conseguir intentando no pensar en nada. Tras unos momentos (dependiendo de la persona y sus circunstancias puede tardar más o tardar menos) comprobaremos que somos totalmente incapaces de no pensar en nada. Nuestra mente nos va a avasallar con miles de ideas, sensaciones y demás. Nosotros vamos simplemente a observar como esos pensamientos aparecen y vamos a no adentrarnos en ellos, sino que vamos a observar como vuelven a desaparecer y a aparecer otros nuevos. Si de repente nos viene un pensamiento del tipo <<¡Que no se me olvide que tengo que comprar huevos!>>, no vamos a darle cuerda a dicho pensamiento y a intentar recordar que necesitamos los huevos para la tortilla que queremos hacer mañana y que para ello tenemos que ir al supermercado pero cierra a las nosequé horas y antes tenemos también que hacer no se qué más y patatín patatán… NO. Simplemente vemos (metafóricamente) aparecer el pensamiento y lo dejamos desvanecerse. Si no somos capaces (que no lo seremos, especialmente al principio) no pasa absolutamente nada. Tómatelo con filosofía y vuelve a intentarlo.

Cada persona es un mundo, e incluso la misma persona puede tener experiencias muy diferentes dependiendo de sus circunstancias en el momento de la meditación pero, por norma general, vamos a comprobar dos cosas: que nuestra mente es verdaderamente inquieta y que nuestra capacidad de atención es nula. Como he dicho anteriormente, la mayoría de los primeros intentos van a acabar a los varios segundos cuando nos demos cuenta de que, en vez de observar nuestra mente, nos hemos adentrado en cualquiera de las ideas que han surgido.

¡Enhorabuena! Ya has empezado a meditar. Da igual cuanto tiempo hayas aguantado, lo importante es que lo has hecho, o mejor aun, lo importante es que has querido hacerlo.

Por supuesto esto no es todo, pero antes de pasar a otras fases de la meditación y perseguir objetivos más “elaborados” (por decirlo de algún modo), tenemos que ser capaces de relajarnos y dirigir nuestra atención hacia donde queramos, y eso es precisamente lo que hemos hecho hoy. Nos hemos relajado y hemos dirigido nuestra atención hacia nuestra propia mente. Si fuese un poco más místico, diría que “hemos entrado en contacto con nuestro espíritu”.

Ahora simplemente tenemos que practicar. Hazlo cuando quieras, pero practica. En la oficina, en el metro, en el sillón de tu casa o en la sala de espera del dentista. Eso sí, te doy dos consejos:

Cuando quieras. No te obligues a practicar la meditación. Practica sólo cuando verdaderamente te apetezca. Obligándote corres el riesgo de que la meditación acabe pareciéndote una más de las tantas odiosas tareas que a diario tienes que hacer. Además, ten en cuenta que la mente parece que tiene voluntad propia. Habrá días que es indomable y que, por lo tanto, es mejor dejarlo, pues además de inútil puede ser contraproductivo.

El tiempo que quieras. La regla de oro es: “mejor poco tiempo pero con frecuencia”. No hace falta estar largos periodos sentado meditando, mejor unos pocos minutos productivos que varias horas peleándonos con nuestra propia mente.

Si te ha resultado difícil el observar tu mente, no te preocupes, hay otros métodos con los que aprender a dirigir tu atención, y te los enseño en el siguiente post.

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