Mulla Nasrudin fue a ver a su médico. Entró tosiendo. El médico le dijo:
– ¿Todavía tosiendo? Pero parece que la tos suena mejor.
A lo que Nasrudin contestó:
– Normal, me he pasado toda la noche practicando.
No se a ti, pero a mí me cuesta muchísimo eso de apartarme del mundo por un momento y sentarme a meditar. Incluso después de meses de práctica. De hecho, en muchas ocasiones, a los pocos minutos ya me he vuelto a levantar. Casi siempre encuentro una razón para no continuar. Y aun así, me paso el día meditando.
Soy una persona introspectiva por naturaleza. Da igual dónde, cómo y por qué, pero mi cabeza es desde siempre un runrun continuo que analiza el cómo y el por qué de todo. Continuamente. De manera involuntaria. Hasta el hartazgo. Esto no tiene nada que ver con el budismo ni con la meditación en sí: soy así y punto. Llego a tales extremos en los que me aíslo por completo del mundo que me rodea, continuamente, lo cual me ha supuesto enormes dificultades siempre: atender en clase era para mi un reto. No es que me aburriese como los superdotados, yo más bien era simplemente un tonto pensante. Mi mente ha ido y venido siempre a su antojo, viéndome controlado impulsivamente por lo que en ella en ese momento pasaba, sin o con muy poco control sobre tal situación.
¿Y qué tiene esto que ver con lo de meditar activamente? Pues que desde que me inicié en esto del budismo, y especialmente desde que me leí mi primer libro de Yongey Mingur Rimpoche, he conseguido que ese inevitable pensar funcione de otra manera.
Ahora no me dejo dominar por ese continuo torrente de pensamientos e ideas que asalta mi mente. No lo intento parar tampoco, simplemente lo dejo fluir y observo como cada uno de esos pensamientos surge y desaparece. Observo cómo me debería influir, los cambios que debería producir en mí, etc.. pero no me dejo influir ni cambiar por cada uno de ellos: simplemente los observo con ánimo impasible e imparcial. O al menos, lo intento. Aunque mi control mental no es ni mucho menos absoluto, ha aumentado significativamente desde que empecé a meditar conscientemente.
Claro que me sigo dejando llevar por mis sentimientos, lo que ha cambiado es hasta dónde me dejo llevar por ellos y por cuánto tiempo. Sigo enfadándome cuándo algo no sale, sintiendo miedo o inseguridad cuando pienso en algo que podría o no pasar, alegrándome cuando algo sale, etc… Pero tal y como esos sentimientos aparecen, sean negativos o positivos, empiezo a trabajar sobre ellos, a meditar sobre ellos. Y cada vez los domino más, hasta conseguir que disminuyan notablemente, a veces, hasta que desaparezcan.
En fin, seguro que a muchos pueda parecerles esquizofrénico lo que digo, pero ahora soy YO la mente que piensa, y no simplemente el sujeto que experimenta estos pensamientos. Y hay un gran matiz entre ambas cosas.
Se trata simplemente de ser plenamente consciente, durante cada acto del día, de tu cuerpo, mente y entorno. De analizar imparcialmente (en la medida de lo posible) cada sentimiento, cada idea, cada palabra. No para emitir un juicio, sino para ser plenamente consciente de su causa y efecto. De mantener la serenidad en todo momento. Nada nuevo; algunos lo llaman mindfulness. Tampoco se trata de reprimir, sino simplemente de ser consciente, tal y como Buda decía, de que «eso no soy yo, ese no es mi Yo» (ver No-yo, Reflexión Nocturna).
Contemplación, contemplación y contemplación.
¿Para qué seguir entonces intentando sentarme a meditar? ¿No lo hago ya a todas horas del día? ¿Cómo sentarme para empezar a hacer algo que ya llevo haciendo todo el día? Y pensando en esto he topado con unas palabras de Osho que dicen así:
No trates de ser pasivo. ¿Cómo puedes tratar de ser pasivo? Puedes sentarte como un buda, pero esa pasividad será sólo superficial. En el fondo estarás intranquilo, hirviendo, como un volcán; en cualquier momento puedes entrar en erupción. Puedes forzar al cuerpo a sentarse en silencio; ¿pero cómo vas a forzar al ser? El ser es y es y es. Es por eso que no puedes dejar de pensar. La gente se sienta en zazen durante años, durante veinte, veinticinco años, seis horas seguidas cada día, tan sólo para tratar de silenciar la mente, y continúa esforzándose y esforzándose.
– El libro de la Nada, Osho
Y también me he acordado de estas palabras de Sosan (Seng-ts’an):
Cuando intentas parar el movimiento para conseguir serenidad,
el mero esfuerzo te llena de actividad.