{"id":871,"date":"2014-10-16T08:44:42","date_gmt":"2014-10-16T07:44:42","guid":{"rendered":"https:\/\/elbudacurioso.com\/?p=871"},"modified":"2020-09-26T13:04:41","modified_gmt":"2020-09-26T13:04:41","slug":"el-lobo-cuento-breve-de-h-hesse","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/elbudacurioso.com\/2014\/10\/16\/el-lobo-cuento-breve-de-h-hesse\/","title":{"rendered":"El lobo, cuento breve de H. Hesse"},"content":{"rendered":"\n

Transcribo a continuaci\u00f3n un breve cuento casi desconocido de Hermann Hesse:<\/em>
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Nunca en las monta\u00f1as francesas hab\u00eda habido un invierno tan terriblemente largo y fr\u00edo. Desde hac\u00eda semanas, el aire era claro y helado. De d\u00eda, los grandes glaciares inclinados se extend\u00edan infinitos y de un blanco mate bajo el cielo de un color azul muy vivo; de noche, la luna, clara y peque\u00f1a, pasaba por encima de ellos; una luna g\u00e9lida, de un brillo amarillento, cuya luz intensa adquir\u00eda tonos azules y broncos en la nieve, y parec\u00eda la personificaci\u00f3n misma de la helada. Los hombres evitaban todos los caminos, y especialmente las cumbres; ateridos y maldicientes, permanec\u00edan en las caba\u00f1as de sus aldeas, cuyas ventanas, enrojecidas, brillaban y se extingu\u00edan pronto, por la noche, de un modo turbio y humoso, junto a la luz azulada de la luna.
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Eran tiempos dif\u00edciles para los animales de la regi\u00f3n. Los m\u00e1s peque\u00f1os perec\u00edan helados en gran cantidad; tambi\u00e9n los p\u00e1jaros sucumb\u00edan a la helada, y los flacos cad\u00e1veres serv\u00edan de bot\u00edn a los azores y a los lobos. Pero tambi\u00e9n \u00e9stos pasaban tremendas penalidades a causa del fr\u00edo y el hambre. S\u00f3lo unas pocas familias de lobos habitaban el lugar, y la necesidad los empuj\u00f3 a estrechar los v\u00ednculos. Se pasaron d\u00edas andando solos. Aqu\u00ed y all\u00e1, uno de ellos avanzaba por la nieve, flaco, hambriento y al acecho, silencioso y esquivo como un fantasma. Su delgada sombra se deslizaba junto a \u00e9l por la nevada superficie. Tend\u00eda al viento, husmeando, su hocico puntiagudo, y dejaba o\u00edr de vez en cuando un aullido seco y atormentado. Pero por la noche se juntaban todos y rodeaban las aldeas con roncos aullidos. En ellas, el ganado y las aves de corral estaban a buen recaudo, y, tras los s\u00f3lidos postigos, hab\u00eda carabinas apoyadas en la pared. Pocas veces obten\u00edan un peque\u00f1o bot\u00edn, por ejemplo, un perro, y hab\u00edan sido ya abatidos dos miembros de la manada.
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El fr\u00edo persist\u00eda. A menudo, los lobos yac\u00edan juntos, silenciosos y ensimismados, d\u00e1ndose calor unos a otros, y acechaban ansiosos el yermo sin vida, hasta que uno, atormentado por los crueles martirios del hambre, saltaba de pronto con tremendos aullidos. Los dem\u00e1s volv\u00edan entonces sus hocicos hacia \u00e9l y estallaban todos juntos en un alarido terrible, amenazador y pla\u00f1idero.
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Finalmente, la parte m\u00e1s peque\u00f1a de la manada se decidi\u00f3 a emigrar. De madrugada, abandonaron sus guaridas, se reunieron y, llenos de miedo y excitaci\u00f3n, husmearon el aire helado. Luego partieron con un trote r\u00e1pido y regular. Los que se quedaban los siguieron con unos ojos muy abiertos y vidriosos, trotaron tras ellos algunas decenas de pasos, se detuvieron indecisos y desconcertados, y regresaron lentamente a las guaridas vac\u00edas.
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Los emigrantes se separaron al llegar el mediod\u00eda. Tres de ellos se dirigieron al Este, hacia el Jura suizo, y los dem\u00e1s continuaron hacia el Sur. Los tres primeros eran unos animales hermosos y fuertes, pero terriblemente enflaquecidos. El vientre estrecho y de color claro era delgado como una correa; las costillas sobresal\u00edan de un modo lamentable; las fauces estaban secas, y los ojos, abiertos y desesperados. Los tres penetraron juntos en el Jura, y al segundo d\u00eda cobraron un carnero; al tercer d\u00eda, un perro y un potro; pero se vieron acosados furiosamente por todas partes por la poblaci\u00f3n campesina. En la comarca, abundante en pueblecitos y peque\u00f1as ciudades, cundi\u00f3 el p\u00e1nico ante aquellos intrusos inesperados. Los trineos del correo fueron armados, y nadie pod\u00eda ir de un pueblo a otro sin fusil. En la regi\u00f3n desconocida, despu\u00e9s de un bot\u00edn tan bueno, los tres animales se sent\u00edan a la vez c\u00f3modos y amedrentados; se volvieron m\u00e1s temerarios que nunca y penetraron en pleno d\u00eda en el establo de una hacienda. Bramidos de vacas, de caballos y jadeos anhelantes llenaron el espacio c\u00e1lido y angosto. Pero esta vez hubo gente que intervino. Se puso precio a los lobos y esto redobl\u00f3 el valor de los campesinos. Dos de ellos sucumbieron; uno con el cuello atravesado por una bala de un fusil; el otro, abatido a hachazos. El tercero escap\u00f3 y corri\u00f3 hasta caer medio muerto en la nieve. <\/p>\n\n\n\n

Era el m\u00e1s joven y hermoso de los lobos, una bestia orgullosa, de enorme fuerza y formas esbeltas. Permaneci\u00f3 largo tiempo jadeante en el suelo. C\u00edrculos de un rojo sangriento flotaban en remolino ante sus ojos, y de vez en cuando lanzaba un doloroso gemido sibilante. Un hachazo le hab\u00eda alcanzado el lomo. Pero se recuper\u00f3 y pudo volver a levantarse. S\u00f3lo entonces se dio cuenta de lo mucho que se hab\u00eda alejado. No se ve\u00edan seres humanos ni edificios por parte alguna.
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Muy cerca se alzaba una gran monta\u00f1a cubierta de nieve. Era el Chasseral. Decidi\u00f3 rodearla. Como le atormentaba la sed arranc\u00f3 peque\u00f1os bocados de la dura costra helada de la nevada superficie.
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Al otro lado de la monta\u00f1a se encontr\u00f3 en seguida con una aldea. Ca\u00eda la noche. Esper\u00f3 en un espeso bosque de abetos. Despu\u00e9s se desliz\u00f3 con precauci\u00f3n alrededor de los vallados, siguiendo el olor a establos calientes.
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No hab\u00eda nadie en la calle. Con temor y codicia, anduvo parpadeando por entre las casas. Son\u00f3 un disparo. Levantaba la cabeza y tomaba impulso para echar a correr, cuando estall\u00f3 un segundo disparo. Le hab\u00eda alcanzado. Su vientre blanquecino aparec\u00eda manchado de sangre en uno de los flancos, y la sangre ca\u00eda en gruesas gotas persistentes. No obstante, consigui\u00f3 escapar a grandes saltos y alcanzar el bosque del otro lado de la monta\u00f1a. All\u00ed esper\u00f3 unos instantes al acecho y oy\u00f3 voces levant\u00f3 los ojos hacia la monta\u00f1a. Era escarpada, boscosa y de dif\u00edcil ascenso. Pero no hab\u00eda otra alternativa. Jadeante, abajo, una confusi\u00f3n de blasfemias, \u00f3rdenes y luces de linternas se extend\u00eda a lo largo de la monta\u00f1a. El lobo herido se enfilaba tembloroso a trav\u00e9s del bosque de abetos en la penumbra, mientras la sangre parduzca iba goteando lentamente de su flanco.
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El fr\u00edo hab\u00eda disminuido. Al Oeste, el cielo aparec\u00eda vaporoso y parec\u00eda anunciar una nevada.
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Al fin, el agotado animal lleg\u00f3 a la cumbre. Estaba sobre una gran extensi\u00f3n nevada, ligeramente inclinada, cerca del Mont Crosin, muy por encima de la aldea de la que hab\u00eda escapado. No ten\u00eda hambre, pero sent\u00eda un dolor persistente y apagado que le ven\u00eda de la herida. Un ladrido ronco y enfermizo sal\u00eda de su hocico colgante; el coraz\u00f3n le palpitaba de un modo pesado y doloroso, y sent\u00eda la mano de la muerte oprimi\u00e9ndole como una carga indeciblemente dif\u00edcil de soportar. Le atra\u00eda un abeto de ancho ramaje, separado de los dem\u00e1s. All\u00ed se sent\u00f3 y dirigi\u00f3 una mirada turbia a la terrible noche nevada. Pas\u00f3 media hora. Entonces cay\u00f3 sobre la nieve una luz de un rojo tenue, suave, extra\u00f1a. El lobo se incorpor\u00f3 con un gemido y volvi\u00f3 la hermosa cabeza hacia la luz. Era la luna que, gigantesca y roja como la sangre, sal\u00eda por el sureste y se alzaba lentamente en el cielo turbio. Hac\u00eda muchas semanas que no hab\u00eda sido tan grande y roja. Los ojos del animal agonizante se clavaban tristemente en el opaco disco lunar, y nuevamente un d\u00e9bil aullido reson\u00f3 con un estertor, sordo y doloroso, en la noche.
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Se aproximaron pasos y luces. Campesinos embutidos en gruesos capotes, cazadores y j\u00f3venes con gorros de piel y pesadas polainas, ven\u00edan pisando la nieve. <\/p>\n\n\n\n

Sonaron gritos de j\u00fabilo. Hab\u00edan descubierto el lobo moribundo; dispararon contra \u00e9l dos tiros, que no dieron en el blanco. Luego vieron que se estaba muriendo, y cayeron sobre \u00e9l con palos y estacas. Pero \u00e9l ya no sent\u00eda nada.
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Con los miembros destrozados, lo bajaron arrastr\u00e1ndole hasta Saint Imier. Re\u00edan, se ufanaban, se promet\u00edan unos buenos vasos de aguardiente y caf\u00e9, cantaban, renegaban. Ninguno de ellos ve\u00eda la belleza del bosque nevado, ni el brillo de las cumbres, ni la luna roja que flotaba sobre el Chasseral y cuya luz tenue se reflejaba en los ca\u00f1ones de sus fusiles, en los cristales de la nieve y en los ojos vidriosos del lobo abatido.<\/p>\n\n\n\n


– Hermann Hesse, 1932<\/p>\n","protected":false},"excerpt":{"rendered":"

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